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¡Qué tiempos aquellos!

Las “chatas” con ruedas de rulemanes, vuelven a salir a las calles paulistas

Como una herencia atesorada entre padres, hijos y nietos, las históricas “chatas” cobran vida nuevamente y están de moda en algunas ciudades de Brasil

08.08.2018 08:01

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2018-08-08T08:01:00-03:00
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Fue parte de nuestra vida de infancia, y en muchos casos, gran responsable de la pasión por los autos, desarrollada paulatinamente a través del tiempo.

Por supuesto que las ciudades del interior uruguayo ofrecían una serie de beneficios con respecto a la capital. Muchas calles con buen asfalto, en bajada y casi sin tránsito, eran el escenario ideal para que las chatas desplegaran su potencial.

Al igual que con el trompo, la bolita, el balero y otros juegos infantiles, el momento de la moda llegaba sin aviso previo y surgía sin ningún tipo de red social ni de comunicación. Simplemente aparecía y al instante, todos estábamos prontos para participar ya fuera en el ambiente del barrio o en la escuela.

La chata era una aproximación casi mágica a nuestro primer vehículo. Que además de permitirnos experimentar la adrenalina de la velocidad, el viento en la cara y el cosquilleo en la barriga, nos daba la posibilidad de derrapar haciendo giros veloces en los que los más hábiles podían lucirse. No sin unos cuantos golpes, naturalmente.

Pero además de todo, era un juego democrático y accesible tanto para los más como para los menos pudientes en recursos financieros. Bastaba con hablar con el taller mecánico del barrio para pedirle los rulemanes en desuso, conseguir una buena tabla, dos palos de maderas para los ejes, y un buen bulón central para el delantero, que se manejaba con los pies para darle dirección al vehículo, y ya teníamos nuestra propia chata.

Por cierto que la instrucción técnicas de nuestros padres era esencial para la primera experiencia constructiva, que posteriormente se iría perfeccionando en base a la creatividad de cada uno. Un gran logro bien reconocido por todos los colegas, era conseguir dos rulemanes más grandes para el eje trasero, que además del factor estético, mejoraba las prestaciones de la chata.

Pero también la veta artística se desplegaba, con variedad de colores y decoraciones, realizadas con mucha dedicación y cuidado.

Como anécdota personal, uno de los nuestros descubrió que colocando unas gotas de aceite (usado) entre las bolillas de los rulemanes, el vehículo podía lograr velocidades más altas. Nunca tuvo en cuenta que con ello, ese fluído salpicaría a diestra y siniestra, incluyendo la ropa, a tal punto de dejarla completamente inutilizada. Con el rezongo correspondiente, obvio.

El regreso

Hoy descubrimos que en San Pablo, las chatas vuelven a estar de moda y atraen a miles de personas a través de festivales y encuentros en los que participan chicos y grandes. Son eventos que se hacen en calles cerradas para la ocasión y mientras movilizan las nostalgia de los más viejos, los niños disfrutan experimentando las mismas sensaciones que vivíamos en la década de los 70 y 80.

Y la historia se repite. Padres, abuelos y tíos, que contaban a los niños sus historias a bordo de las chatas, con carreras atadas a las bicicletas incluidas, entusiasmaron a los pequeños para que finalmente pudieran experimentar este juego y quedar definitivamente prendados con una diversión sana y constructiva.

Los eventos realizados en distintos puntos de la ciudad, logran convocatorias cercanas a las 6 o 7 mil personas que se reúnen para participar y para ver las chatas en acción.

Claro que actualmente ya existen otros materiales sintéticos, e incluso algún industrial que las fabrica en serie, con otro aspecto y terminaciones de alto nivel. Pero el concepto se mantiene intacto y aún así, en muchos hogares se siguen haciendo artesanalmente a la vieja usanza.

Según publica el portal Estadao, un padre declaró: "Quería apartar a mi hija del iPad y del celular. Compré madera, un taladro y trabajamos con ella hasta tarde de la noche, construyendo su "carrinho". Hoy vamos juntos a todos los paseos, padre, madre e hija, cada uno con el suyo, viajando a Vinhedo (interior paulista) donde se hacen eventos mensuales".

Pero la moda también llegó a Rio de Janeiro, y lo mismo, con aires de modernidad. En el Barrio Santa Cruz, todas los domingos de mañana se reúnen cientos de niños para un descenso callejero a bordo de las chatas. Se denominan Velozes da Ladeira, tienen su propio grupo de WhatsApp y la mayor dificultad que deben enfrentar es la fabricación propia de los vehículos, con las limitaciones de los progenitores para enseñarles a sus hijos cómo hacerlos. Si bien en algunos casos ya incluyen sistemas de frenos, en otros, son muchos los padres jóvenes cercanos a los 30 años que no saben la diferencia que existe entre un clavo y un tornillo.

Luis Piedra Cueva, con información de Estadao