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¡Feliz día!

En homenaje a los trabajadores, recordamos a dos pioneros del transporte uruguayo

Contemporáneos pero en rubros y lugares completamente diferentes, ambos forjaron una profesión esencial en la historia del Uruguay

01.05.2020 09:59

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2020-05-01T09:59:00-03:00
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El recuerdo de las historias de vida de mis abuelos, además de sintetizar el homenaje de Airbag.uy a todos los trabajadores en este nuevo 1º de mayo tan especial, explica también la pasión heredada tanto por el mundo de los "fierros", como por la otra profesión que me ocupa casi con el mismo fervor que el periodismo volcado en éstas páginas.

Por un lado, el abuelo materno fue uno de los precursores del transporte de pasajeros en la zona de Casupá, departamento de Florida, allá por la década del 30, cuando no había siquiera caminos bien trazados ni transitables. Líneas que actualmente son explotadas por reconocidas empresas de ómnibus.

Y por el otro, el abuelo por parte de padre que hizo lo propio pero con el transporte de cargas en Cerro Largo, a bordo de un camioncito de la misma época, y también por caminos intransitables y en condiciones durísimas. Fiel reflejo de una época que hoy, cuando todavía no han transcurrido ni cien años, parecen de una vida absolutamente lejana, cuasi prehistórica.

El Banderita

Juan José Ramos, alias "El Petiso", se inició como transportista en 1935, contando para ello con los servicios de un Ford "A" a bigote modelo 1929, según surge de una crónica. Si bien existe algún relato familiar, su historia quedó registrada en una publicación de Domingo Luis Pastorino, impresa en 1994, bajo el nombre "En ámbito Casupeño".

Allí cuenta que con el Ford (en realidad fue del modelo "T" Touring de 1927) de color verde, con capacidad para cinco personas y que si la situación lo requería podía agregar hasta dos pasajeros más parados uno en cada uno de los estribos laterales, comenzó su actividad cubriendo una línea entre Casupá y la Cuarta Sección de Lavalleja.

El vehículo era fácilmente identificable gracias a una bandera blanca colocada en el espolón, con la inscripción "Correo a Casupá", la que le dotó del apelativo popular de "El Banderita".

En la parte de atrás, encima de la rueda auxiliar, llevaba un gran cajón a modo de bodega, que atado con firmeza regresaba de noche repleto de galletas, comestibles, diarios, cartas, remedios medicinales y de uso agropecuario, etc.

Salía a la ruta los lunes, jueves y sábados, con una parada en su propia agencia que funcionaba anexa al comercio de Juan Francisco Figueredo y desde donde levantaba distintos tipos de encargos y encomiendas. Desde allí cruzaba La Corriente en balsa y seguía viaje hacia Casupá por el camino público, obviamente de tierra y tan destrozado como la mayoría de los de toda la región.

En 1939 se inaugura el puente en el Paso de los Troncos con lo cual pudo modificar su recorrido para poder transitar por un camino más directo y en mejores condiciones. Por ello tuvo que gestionar un nuevo permiso de línea, que naturalmente, fue otorgado.

En 1947 se asoció con Luis Alberto Zabaleta. La nueva empresa entonces se llamó Ramos - Zabaleta y compraron un vehículo más grande, tipo rural, con tres filas de asientos dobles y que además admitía el agregado de bancos móviles si la cantidad de pasajeros lo requería.

En 1950 le vende su parte al socio y se desvincula completamente de la empresa, finalizando su participación el sábado 25 de noviembre de ese año.

Juan José Ramos, el abuelo que casi no conocí, trabajó después también como mecánico automotriz y taxista, y falleció con 52 años el 2 de noviembre de 1959, pocos días antes de mi primer cumpleaños.

Abuelo Carlos

Por otro lado, en tiempos semejantes y casi que con una única característica común como lo fue manejar sus vehículos, el abuelo paterno se enfrentaba a una realidad muy complicada.

Descendiente de familia de inmigrantes españoles radicada en la ciudad de Melo, tras su casamiento en 1916 con una joven vasca, perteneciente a otro grupo familiar que dio origen a la conocida "Calle de los Vascos" de la capital arachana, fue un activo "contrabandista de frontera".

Aunque naturalmente ilegal, se trataba de un tipo de comercio bastante frecuente en aquella época, esencialmente para poder ofrecer precios más baratos en productos tales como azúcar, aceite, arroz, etc., y la infaltable "caña brasilera", considerado un elemento de primera necesidad.

Tiempos difíciles si los hay, en un ambiente repleto de gente armada que sin mucho trámite rápidamente colocaban en acción ante el más mínimo altercado, Carlos pasaba semanas enteras fuera de casa, transitando por caminos vecinales a bordo de su camioncito, por cierto en condiciones sustancialmente peores que las rutas regulares.

En determinado momento del negocio, le fue posible acceder a un vehículo relativamente más nuevo, con opción de elegir entre dos modelos similares pero de distinto origen, fabricados por cada una de las marcas norteamericanas más famosas del mundo. Mientras Carlos se inclinó por una de ellas, un colega lo hizo por la otra, elección que en poco tiempo demostró el desacierto de mi abuelo. Su camión padecía roturas permanentes, con enormes gastos en reparaciones y mucho tiempo parado. Mientras que el del compañero de rutas, caminaba orondo, sin ninguna dificultad.

Entre algunas anécdotas que le escuché narrar, recuerdo una con mucha claridad. En una helada noche invernal, marchando con su carga a través de senderos perdidos entre montes de vegetación espesa, al cruzar una cañada con lecho de piedras, se rompe uno de los neumáticos del camión.

Creo que la sensación de frío que tuvo que padecer metido en el agua, procurando cambiar esa rueda y que magistralmente lograba transmitir con su magnífica calidad oratoria, quedó grabada en mi memoria de por vida. Contaba en reunión de nietos que lograba soportar apenas algunos minutos dentro del agua helada, que rápidamente le adormecía las manos y congelaba hasta los huesos.

Cuando no soportaba más, salía para recuperar la temperatura corporal al calor de un fuego que tenía encendido sobre la orilla. Tras repetir la maniobra una cantidad indefinida de veces, poco a poco pudo avanzar para finalmente concretar exitosamente la reparación.

Con una pobreza extrema, y un enorme sacrificio de parte de mi abuela que en una eterna soledad hacía milagros para llenar la olla, el matrimonio tuvo 10 hijos. Con uno fallecido a poco de nacer, de los nueve restantes, seis se dedicaron a la docencia con una muy buena formación profesional, y algunos de ellos desarrollando una muy destacada labor dentro de la educación pública de nuestro país.

El abuelo Carlos falleció en 1989, cuando faltaban unos pocos meses para cumplir los 100 años de vida.

Conclusión

Historias sencillas, tal vez como tantas otras, pero que en este caso tienen un valor afectivo muy especial para mi. Sin dudas fueron vidas muy sacrificadas pero que cada una en su lugar y dentro de su estilo, a pesar de todo, contribuyeron al desarrollo de este país.

Vaya entonces el sentido homenaje para todos los trabajadores en su día, con un recuerdo muy especial para Carlos y Juan José, ejemplos de trabajo y dedicación y a quienes como decía al principio, debo buena parte de mi pasión por esta maravilla que es el automóvil, y por la conducción de ómnibus de turismo, mi otra profesión.

Luis Piedra Cueva Ramos